lunes

Ocho años que son miles de años: Madre clama Justicia por la muerte de su hijo













"Son las caídas hondas de los Cristos del alma,
de alguna fe adorable que el Destino blasfema".

César Vallejo. Los heraldos negros.


Pasaron más de ocho años de la muerte de un joven en un calabozo de la Dirección de Investigaciones de la Policía de la Provincia, y sus familiares aún no encontraron consuelo ni justicia. Estela Britos, madre de Cristian Ruiz, reclama todos los miércoles en Plaza 25 de Mayo, frente a Casa de Gobierno (antes lo hacía frente a los Tribunales) que se esclarezca el hecho. "No hay justicia y los asesinos siguen sueltos", reza el cartel que la dolida madre despliega, esperando que las autoridades y la sociedad no olviden lo ocurrido y depositando su fe en "la Justicia Divina".

Estela Britos abocó sus días a no dejar que la tragedia de su joven hijo se pierda en el olvido, fue una de las fundadoras de las Madres del Dolor, una agrupación de mujeres con heridas similares y no pierde las esperanzas de ver tras las rejas a los responsables de la muerte de Cristian. No la convence el cuadro del aparente suicidio, el joven con una bufanda presionando su cuello, colgado del gozne de una puerta del baño del calabozo. La imagen lastima su corazón y exarcerba aún más su clamor interno, mucho más de lo que demuestra sentada en ese banco del centro de la ciudad, la mayor parte del tiempo sola.

La mujer conserva la esperanza, pero se aferra a "la Justicia Divina", más que a la Justicia de los hombres, que dice que se encuentra contaminada por el poder político. Sería más apropiado decir que su fe la robustece y hace frondosa, aún con su fina figura y sus escasos recursos, su humildad y esas torsiones que deja en el cuerpo el dolor, parecida a los naranjos de Plaza. Afirma que esa Justicia, la Justicia que no se lava las manos y que está por encima del obstáculo de un expediente demorado por la supuesta falta de jueces, esa Justicia que la sostiene días tras días tardará, pero llegará. Así sucede.

Cristian era "pegatinero", uno de esos chicos que reciben unos pesos por adherir a las paredes carteles de políticos que muy sonrientes y confiados aseguran una vida mejor para la gente en medio de la infinita contienda electoral. Pero el 29 de marzo de 1999 seguramente se sintió tan solo como aquel hombre que hace mucho tiempo en el huerto Getsemaní esperaba a sus captores. Los mismos que lo llevarían a ser crucificado y abrir un camino de redención para los hombres. No hay amor más grande que el dar la vida por los amigos. O por un hijo, que también suelen ser los mejores amigos para una madre incondicional.

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